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Libertad, Prosperidad y Lucha por la Democracia, por Stefan Melnik

Libertad, Prosperidad y Lucha por la Democracia, por Stefan Melnik

Los mensajes del liberalismo han sido incorporados en un creciente consenso internacional relativo a la buena gobernabilidad. La parte más visible de este consenso es definitivamente la Carta Internacional de Derechos, que comprende la Declaración Universal de Derechos Humanos y los dos convenios internacionales sobre derechos civiles y políticos y derechos socioeconómicos y sociales. Es debatible que, en conjunto, los estándares adoptados en estos documentos legales sean absolutamente liberales. Lo mismo puede decirse de otros asuntos liberales. Independientemente del fracaso de la Ronda de Doha, es de amplio acuerdo que es bueno retirar las barreras del comercio y de la entrada a la Organización Mundial del Comercio, institución que promueve esta meta. El establecimiento de zonas regionales de libre comercio así como la Unión Europea, que ahora cuenta con 27 miembros, sigue la misma lógica.

Otra parte del consenso está formada por la convicción de que la democracia es preferible sobre otras formas de mando. La evidencia es irrefutable: hoy en día la gran mayoría de los países independientes son democracias, mientras que mucha gente en países que no lo son, aspiran a ella y están dispuestos a defenderla. Los informes de Amnistía Internacional están repletos de casos de prisioneros políticos cuyo “crimen” es luchar por la democracia y los valores democráticos.

El Estado de Derecho, la institución que protege la libertad, es considerada una institución de importancia no sólo para la seguridad personal y la protección y aplicación de derechos, sino también una precondición para la inversión y el bienestar económico.

Un gran número de ONGs, grupos de expertos y sus respectivas redes siguen una agenda liberal – en el campo de los derechos humanos, en la lucha contra la corrupción y en la promoción de conciencia sobre la importancia de la libertad económica y la competitividad.

No obstante, y a pesar de este consenso y las instituciones que lo respaldan, no podemos decir que el liberalismo ha ganado el debate político. La Attac1 defiende el enfoque opuesto.

El liberalismo aún se enfrenta al escepticismo en muchas partes del mundo. Es equiparado por activistas políticos de izquierda que carecen de compasión y de interés en el bienestar de los pobres. Es comparado con los intereses de negocios, en especial de los grandes negocios, y con la globalización y sus supuestos efectos dañinos. Un gran número de líderes de opinión en África y Asia consideran al liberalismo como el producto de la cultura “occidental”, con poco interés en las culturas tradicionales de otros lugares del mundo. El liberalismo es considerado peligroso por los clérigos conservadores alrededor del globo, ya sean católicos, islámicos o pertenecientes a otra fe.

Otros observan horrorizados la “competencia encarnizada” y sus sugeridos efectos negativos, imputándola al liberalismo o a su reencarnación, el neoliberalismo. Dicha competencia, según se alega, tiene consecuencias dañinas para el medio ambiente y para la “cohesión social”, mientras que se ignora convenientemente el hecho de que promueve la innovación y es una bendición para los consumidores – lo que todos somos.

Muchos políticos temen al liberalismo por otra razón: porque es una amenaza a su poder. El llamado liberal a un adelgazamiento del estado es una amenaza a la casta política y administrativa que deriva su influencia y privilegio de la habilidad de decidir quién recibe cuánto en la sociedad. Existe otro temor: que el liberalismo económico promueve una transferencia de poder de los políticos a los mercados y de los políticos a los negocios, lo que puede ser algo negativo.

Las críticas del liberalismo son muchas y bien conocidas. Una gran cantidad de éstas, especialmente aquellas enfocadas a la idea de que el liberalismo promueve un proceso en el cual los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, representa una forma de Darwinismo social e ignora la complejidad, la cultura y la inventiva humanas.

El propósito de este libro es el de ordenar y presentar evidencia a favor de un enfoque integral liberal a la política, independientemente si el liberalismo en cuestión tiene una motivación económica o política. Los argumentos son:

1.- Que el liberalismo económico complementa el liberalismo político y viceversa,

2.- Que el liberalismo económico complementa el liberalismo político y viceversa,

3.- Que los objetivos políticos liberales, tales como la libertad y la democracia (del tipo que promueve e incrementa la libertad), tienen efectos positivos en la economía y, por lo tanto y finalmente, en el bienestar social.

Aunque creo que la libertad, política y económica, es un fin en sí misma y, en efecto, el objetivo más importante del desarrollo, muchos de mis contemporáneos no estarían de acuerdo con ello. La evidencia que presento en este libro sobre los efectos benéficos de la libertad en sus diversos aspectos está dirigida a quienes necesitan justificar sus acciones en términos de aumentar el bienestar en forma medible. Por supuesto, esto no siempre es posible. No obstante, me sorprendió la cantidad de evidencia que pude encontrar.

El libro no es un trabajo académico y no es su intención serlo. Su labor es la de analizar y utilizar gran parte de la información reciente que respalda el enfoque liberal. No se dirige a los detalles, sin importar la relevancia que estos puedan tener. El enfoque es global más que local, ya que mi intención es pintar la imagen en su sentido más amplio. Si el libro logra alentar al lector a cuestionar la sabiduría ya aceptada, a ver al liberalismo como una corriente de pensamiento integral y congruente, y a aceptar que las políticas liberales son beneficiosas para el hombre o mujer común, por lo menos a largo plazo, habrá cumplido con su “misión”.

En lo personal, me parece extraño que a dos décadas de la Revolución de Terciopelo, esta revolución en contra del socialismo que representó el último punto condenatorio sobre la viabilidad de una economía administrada, la planificación económica y la ingeniería social, aún se coloque tanta confianza en las habilidades económicas de políticos y burócratas cuya función primaria nunca fue una función económica. En efecto, alrededor del mundo, los hombres de negocios suelen no ingresar en la política o la administración pública, y aun así, muchos creen que el bienestar puede ser construido a través de la intervención y la distribución. Y lo que es más: muchos parecen comportarse como si creyesen que puede ser construida por personas no expertas. Existe bastante evidencia para demostrar que las políticas liberales crean empleos – y los empleos son la base de la seguridad social en más de un sentido; pero la evidencia, disponible en abundancia, es ignorada. Tendemos a confiar en los mercados dentro la esfera política: elecciones competitivas. ¿No deberíamos confiar en los mercados económicos de la misma manera?

Los partidos liberales son una de las víctimas del escepticismo. Se observa una dicotomía de aceptación universal de los estándares liberales por un lado, y la evidente debilidad del “liberalismo organizado” por el otro. Parte de esta dicotomía se debe al hecho de que, a pesar de que muchos de los valores liberales son generalmente aceptados, es posible que dichos valores no reciban la importancia que se da a otros. Otra explicación puede ser que muchos ya no consideran que el liberalismo tenga lugar en un mundo de estándares liberales universales, lo que ignora convenientemente el hecho de que las políticas en muchos países “liberales” son faltas de liberalidad. Por ejemplo, téngase el caso de las recientes incursiones en la esfera privada de ciudadanos y en los derechos civiles como reacción al terrorismo. Asimismo, se tiene el caso de la fuerza devastadora que es la Unión Europea en relación con la regulación económica y social. Gran parte de esta debilidad, por supuesto, se debe a la lucha interna entre liberales; este es un tema que abordaré brevemente en el siguiente capítulo. Otras razones incluyen una tendencia entre liberales, dirigida a la autocrítica a voces, un hecho admirable, pero a la vez una tendencia que engendra ocasionalmente una falta de autoestima y un enfoque ambivalente al poder. Más no debemos dramatizar la situación en exceso. Muchos países europeos relativamente exitosos tienen fuertes movimientos liberales organizados.

Espero que este libro contribuya a un debate más informado, con más confianza al presentar el caso liberal y, tal vez en un pequeño modo, a fortalecer el liberalismo. No hay razón por qué disculparse. Los valores liberales son buenos por naturaleza. Muchas personas, si no es que la mayoría, aspiran a la libertad y al bienestar económico. Pero aún hay más: La evidencia empírica muestra que las políticas liberales son mejores que sus alternativas en cuanto a acrecentar la libertad y la prosperidad a gran escala y en los intereses de la mayoría en vez de la minoría.

El primer capítulo trata de las interrelaciones entre la libertad y sus dimensiones económicas y políticas, entre las cuales se encuentran los Derechos Humanos y el bienestar económico. El segundo aborda la relación entre libertad y democracia, con miras a demostrar que la democracia sólo tiene sentido si su propósito es el de realzar la libertad. El tercer capítulo observa a mayor detalle la democracia y la economía, e intenta hacer a un lado la mala interpretación de que la democracia, o una gran cantidad de ella, es mala para el progreso. El cuarto capítulo se dirige al extenso pesimismo relativo al progreso humano en las esferas económica y social, argumentando que los logros del mundo contemporáneo son considerables y que, dadas las políticas correctas, es posible el desarrollo a gran escala abarcando a toda la raza humana. Aquí, mi propósito es remover la actitud de que la tarea es tan agobiante y sin esperanza que no tiene caso hacer el intento. También busca demostrar que el crecimiento económico, y la libertad económica que promueve el crecimiento considerable (según se indica en la primera parte de este libro) no genera per se más desigualdad. Quedarse atrás no es inevitable sino que se debe al efecto de malas políticas en las partes del mundo involucradas.

 

*Extracto de la introducción original del libro. La opinión del autor es personal y no constituye una posición oficial de la Fundación Nueva Democraci

 

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