Principios de la Política Social Liberal, comentarios por Gerhart Raichle
Las tesis de los “Principios de la Política Social Liberal” fueron aprobadas por el Consejo Directivo de la Fundación Friedrich-Naumann el 23 de Agosto de 1999. Surgieron en el marco de un proyecto del Instituto Liberal de la Fundación en el que participaron expertos de alto nivel en la materia y que culminó en el libro, “La Libertad y Responsabilidad Social como Principios Básicos de la Política Social Liberal”, publicado por Otto Graf.
Para aquellos interesados en la política y que, con poco esfuerzo, quieran obtener una visión de cómo abordan los liberales los problemas sociopolíticos del presente y del futuro, este folleto les aportará un panorama o, incluso, un primer acercamiento. Como el título lo indica, se trata de los postulados y no de la política práctica. Esto no significa que ambos no tengan que ver el uno con la otra: los postulados que no proporcionen una orientación útil para la toma de decisiones en la práctica política, carecerían de valor. Pero precisamente de eso se trata: de una orientación, no de recetas acabadas. Si uno se imagina una política social estructurada a partir de los postulados que se formulan, parcialmente se encontrará con dramáticas diferencias en relación con la política social realmente existente. Más no sea porque el camino hacia ese fin es largo e imposible de planear en todos sus detalles, no puede tratarse aquí de un “programa de acción”, sino de una base de orientación para la elaboración de programas de acción. Una política social totalmente coincidente con los postulados aquí presentados, seguirá siendo todavía por largo tiempo una utopía (en el sentido positivo de la palabra). Pero es sabido que aún el viaje más largo se inicia con el primer paso y que para el logro de metas, aunque lejanas, resulta muy útil tener claridad sobre en qué dirección deben darse, no sólo el primero, sino también los pasos subsecuentes.
En un sentido todavía más amplio, los “postulados” se vinculan con el status quo de la política social vigente: se apoyan de una manera sustancial en el análisis de los procesos malogrados que lo caracterizan. Porque la causa de estos procesos fallidos reside, de manera abrumadora, en la falta de observancia de ciertos principios liberales elementales, válidos desde hace mucho antes de cualquier especialización sociopolítica: en el descuido de la autodeterminación y la autorresponsabilidad; en la contravención de las reglas básicas de la subsidiariedad y la limitación del poder estatal; en el encubrimiento sistemático de las relaciones costo-beneficio y, por lo tanto, también de las responsabilidades. Ante las causas de algunas de estas crisis sólo es necesario formular lo directamente opuesto y ya se cuenta con un principio liberal; y una parte considerable de estas causas puede englobarse bajo un simple denominador común: la (sobre-) politización. Esto podrá resultar desconcertante: ¿es acaso posible que algo, que justificadamente se llama “política” (o sea, Política Social), pueda ser demasiado político?
Puede; debido a una causa quizás lamentable, pero innegable, el que (casi) todas las cosas buenas tienen su precio. Y esto es válido inclusive para algo tan indiscutiblemente bueno como la democracia. El precio que pagamos por ella está en el incentivo que plantea para los políticos: desean ser (re)elegidos. Para lograrlo, ellos por su parte, también están dispuestos a pagar un precio, y si es posible, con el dinero de otros. El problema reside en que los políticos pertenecen a aquellos pocos grupos de personas que casi a diario tienen oportunidad de ello. Elevando a un orden de magnitud aún mayor, la problemática de los alicientes. Porque nótese bien, que no se trata de juzgar a la ligera la moral personal de los políticos, que no es ni mejor ni peor que la de los demás mortales, sino de las tentaciones a las que están expuestos. Y estas tentaciones terminan rayando en lo irresistible, cuando la posibilidad de echar mano a los impuestos y a otras contribuciones obligatorias se combina con la posibilidad de gastar de manera electoralmente efectiva esos recursos. La práctica que resulta de ello y para la que se ha acuñado el término de “democracia de complacencia”, es sin duda el peor enemigo de una política social sólida y eficiente. Las cosas no mejoran por el hecho de que la mayoría de los políticos tienen la conciencia de lo más tranquila, porque hacen el bien a “grupos desaventajados” (los cuales, naturalmente, son a la vez grupos estratégicos de electores) y que el meter la mano a los bolsillos de los contribuyentes puede ser fácilmente justificado desde el punto de vista moral con términos como “solidaridad” y “justicia social”. Así pues, se debe tratar de que “el número de tornillos de ajuste que los políticos pueden apretar sea lo más limitado posible”. Es cierto que éste es un propósito bastante ambicioso, porque se trata de convencer a los políticos para que suelten -aunque sea en parte- y voluntariamente, su juguete favorito. El que esto pueda ocurrir, sólo es imaginable bajo dos condiciones: la primera es un escenario tan amenazante de crisis, que sectores considerables del electorado protesten contra la “política de complacencia”; y la otra es que, en lugar del dar y quitar por motivos políticos, aparezcan normas y reglas de tal manera “objetivas”, que puedan ser percibidas por la mayoría de los posibles afectados como limpias y justas. Lamentablemente, lo más probable es que sea el primero de estos escenarios el que se cumpla.
La segunda condición tiene precisamente por finalidad el tipo de postulados a los que se refiere este escrito. En ellos deben expresarse, por una parte, los valores cuya realización debe servir a una política y también deben evidenciarse las fuentes de las que emana el compromiso social de los liberales. Por otra, deben fijarse claras disposiciones sobre el “cómo” de la política social –es decir, cómo las metas definidas por valores habrán de alcanzarse en lo individual. Y se trata de disposiciones que estrechen los márgenes de juego arbitrarios, si no es que los eliminen por completo. Porque naturalmente una materia como la política social, que es tan extraordinaria e intensivamente distributiva y, por lo tanto sensible a los intereses, no puede llegar a ser completamente objetiva, que conduzca a una cierta automatización en la toma de decisiones.
Sería ilusorio y en realidad tampoco deseable, desterrar completamente a la política del ámbito social. Más bien se trata de remitirla a su propio papel fundamental. Lo que con ello se quiere decir, se aclara de la mejor manera con un ejemplo: el si y, sobre todo, con cuánto se debe ayudar a alguien que no puede pagar un alquiler acorde con el mercado por una vivienda de su conveniencia, seguirá siendo un asunto político y que requiere de una decisión política. Pero, si esta ayuda debe ser proporcionada directamente al sujeto o mediante una subvención al objeto, es decir al mercado; si debe fluir por un solo “canal” que asegure la mayor transparencia posible o debe distribuirse en diversas partidas del presupuesto y, por lo tanto, quedar oculta; si debe tomar la figura de una transferencia financiada con impuestos o manejarse en el marco de una “seguridad social”; que si se puede ser beneficiario de la ayuda, independientemente del hecho de contar con otras posibilidades de resolver el problema, como por ejemplo recurriendo a familiares. Para preguntas de este tipo siempre podrán plantearse pautas generales, que sirvan de orientación a la praxis política y que de esta manera las puedan distanciar de las rencillas cotidianas, por lo menos y en un principio, entre los liberales.
Deberá analizarse con mucha precaución, si un consenso de esta naturaleza puede extenderse igualmente a otros círculos; sin tomar en cuenta que también depende de la primera de las dos condiciones anteriormente expuestas. Ciertamente, las cuestiones que se ocupan de manera preponderante de las modalidades de la Política Social son más susceptibles a ser objeto de una discusión racional que las preguntas altamente politizadas del “si” y el “cuánto”. Pero, dado que, como se mostrará en las próximas páginas de este folleto, tampoco las modalidades pueden ser completamente neutrales en términos de valores (ya no digamos de interés), lo cual nos obliga a no subestimar los alcances y las dificultades inherentes de las necesarias tareas de convencimiento.
*Extracto de la introducción original del libro. La opinión del autor es personal y no constituye una posición oficial de la Fundación Nueva Democraci
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