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Fragmento “La Maravilla de los precios” – Friedrich von Hayek

Fragmento “La Maravilla de los precios” – Friedrich von Hayek

Merece la pena contemplar por un momento un ejemplo comъn y simple de la acciуn del sistema de precios para ver precisamente quй es lo que logra. Supуngase que en algъn lugar del mundo aparece una nueva oportunidad para el uso de alguna materia prima, el estaсo, por ejemplo, o que una de las fuentes de estaсo ha sido eliminada. Para nuestros propуsitos no importa y tiene importancia el hecho de que no importe, cuбl de estas dos causas ha producido un mayor faltante de estaсo. Todo lo que quienes usan el estaсo necesitan saber es quй parte del estaсo que solнan consumir es ahora usada con mayor provecho en otro lugar y que, en consecuencia, ellos deben economizar estaсo. Para la gran mayorнa de ellos ni siquiera es necesario que sepan dуnde ha surgido la mбs urgente necesidad o en favor de quй otras necesidades deben ellos cuidar su existencia, Si sуlo algunos de ellos conocen directamente la nueva demanda y orientan hacia ella sus recursos; y si las personas que se dan cuenta del nuevo vacнo asн creado lo llenan con otros recursos diferentes, el efecto se regarнa rбpidamente por todo el sistema econуmico. Esto influye no solamente en todos los usos del estaсo, sino tambiйn en el de sus substitutos y en el de los substitutos de los substitutos, en la oferta de las cosas hechas con estaсo, y sus substitutos, etc. Todo esto sucede sin que la gran mayorнa de aquellos que son responsables de estas substituciones sepan nada acerca de la causa original de estos cambios. El todo se conduce como un mercado, no porque alguno de sus miembros tenga una visiуn de la totalidad, sino porque sus limitados campos visuales individuales se traslapan suficientemente de modo que por medio de muchos intermediarios la informaciуn pertinente se comunica a todos.

Debemos ver el sistema de precios como un mecanismo para comunicar informaciуn si deseamos comprender su verdadera funciуn , funciуn que desempeсa con menor perfecciуn en la medida en que los precios se ponen mбs rнgidos. El hecho mбs significativo acerca de este sistema es la economнa de conocimiento con la cual opera o, lo que viene a ser lo mismo, cuбn poco los participantes individuales necesitan saber para poder hacer la decisiуn correcta. En forma abreviada, por medio de una especie de sнmbolo, sуlo la informaciуn mбs esencial es comunicada, y es comunicada sуlo a aquellos que les concierne. Es mбs que una metбfora la descripciуn del sistema de precios como un tipo de mecanismo para consignar cambios o como un sistema de telecomunicaciones que permite al productor individual sуlo observar el movimiento de unos pocos indicadores: como un maquinista puede observar las agujas de unos cuantos relojes, para adaptar sus actividades a cambios de los cuales puede ser que nunca conozca mбs que su reflejo en el movimiento de precios.

Desde luego, estas adaptaciones probablemente nunca son «perfectas», en el sentido en que el economista las concibe en sus anбlisis de equilibrio. Pero me temo que nuestros hбbitos acadйmicos de aproximarnos al problema dando por sentada la posesiуn de conocimiento mбs o menos perfecto de parte de casi todos, nos ha cegado un poco respecto de la verdadera funciуn del mecanismo de precios y nos ha hecho aplicar patrones engaсosos al juzgar su eficacia. La maravilla es que en un caso como el de la escasez de una materia prima, sin que se dй ninguna orden, sin que sepa la causa mas que un puсado de personas, decenas de miles de personas cuya identidad no podrнa ser establecida durante meses de investigaciуn, son inducidas a usar la materia prima o sus productos con mayor cautela, es decir, a moverse en la direcciуn correcta. Esta es suficientemente una maravilla, aъn cuando, en un mundo de cambio constante, no todos reaccionarбn tan perfectamente que sus promedios de utilidad siempre sean mantenidos al mismo nivel «normal».

He usado deliberadamente la palabra «maravilla» para sacar al lector de la complacencia con la cual a menudo damos por sentado el funcionamiento del mecanismo de precios. Estoy convencido de que si este mecanismo fuera resultado de acciones humanas deliberadas y si las personas que se guнan por los cambios de precios comprendieran que sus decisiones tienen significaciуn mucho mбs allб de sus objetivos inmediatos, este mecanismo hubiera sido aclamado como uno de los mбs grandes logros del intelecto humano. Tiene el doble infortunio de no ser producto de la deliberaciуn humana y de que las personas que se guнan por йl generalmente no saben por quй son inducidos a hacer lo que hacen. Pero aquellos que exigen «direcciуn consciente» y quienes no pueden creer que algo que ha evolucionado sin acciones conscientes (y aъn sin que los comprendamos), puede resolver problemas que no podemos resolver conscientemente deben recordar esto: el problema consiste precisamente en cуmo extender nuestra utilizaciуn de recursos mбs allб del campo del control de cualquier mente y, en consecuencia, cуmo deshacernos de la necesidad del control consciente; y cуmo crear incentivos para que los individuoshagan lo que es deseable sin queninguno tenga que decirles lo que tienen que hacer.

El problema que confrontamos aquн no es peculiar a la economнa, sino que surge en el contexto de casi todos los fenуmenos sociales genuinos, incluido el lenguaje y la mayor parte de nuestra herencia cultural,y constituye el problema teуrico central de toda la ciencia social.

Como lo ha expresado Alfred N. Whitehead en otro contexto: «Es una profunda verdad elemental errada, repetida en todo, los cuadernos y por personas eminentes cuando dicen discursos, que debemos cultivar el hбbito de pensar sobre lo que estamos haciendo. Exactamente lo opuesto es la verdad. La civilizaciуn avanza cuando aumenta el nъmero de operaciones importantes que podemos realizar sin pensar acerca de ellas». Esto es de profunda significaciуn en el campo social. Constantemente usamos fуrmulas, sнmbolos y reglas cuyo significado no entendemos y a travйs de cuyo uso tenemos la ayuda de conocimiento que individualmente no poseemos. Hemos desarrollado estas prбcticas construyendo sobre hбbitos e instituciones que han tenido йxito en su propia esfera y que a la vez han llegado a ser el cimiento de la civilizaciуn que hemos construido.

El sistema de precios es precisamente una de esas formaciones que el hombre ha aprendido a usar (aunque estб lejos de haber aprendido a hacer el mejor uso de йl), despuйs de haberse topado con ella sin entenderla.

A travйs de ese sistema ha sido posible no sуlo la divisiуn del trabajo sino una coordinada utilizaciуn de recursos basada en una similar divisiуn del conocimiento. Quienes gustan de ridiculizar cualquier propuesta de que esto pueda ser asн generalmente tuercen el argumento al insinuar que se afirma que por algъn milagro ha surgido espontбneamente aquel sistema que estб mejor adaptado a la civilizaciуn moderna. Es al contrario: el hombre ha sido capaz de efectuar la divisiуn del trabajo sobre la cual descansa nuestra civilizaciуn porque se encontrу con un mйtodo que la hizo posible. Si no hubiera hecho eso, pudo haber desarrollado algъn otro tipo de civilizaciуn, algo asн como el «estado» de las hormigas o algъn otro tipo no imaginable. Todo lo que podemos decir es que hasta ahora nadie hatenido йxito en diseсar un sistema alternativoen el cual ciertas caracterнsticas del queexiste puedan ser preservadas, caracterнsticas que gozan de la estimaciуn aъn de quienes con mayor violencia las atacan tales como la medida en que el individuo puede elegir sus metas y, consecuentemente, la medida en que pueda utilizar su propio conocimiento y habilidad.

Es en muchos respectos afortunado que la disputa acerca de la indispensabilidad del sistema de precios para realizar cualquier cбlculo racional en una sociedad compleja ya no sea completamente conducida entre grupos que sostienen diferentes puntos de vista polнticos. La tesis de que sin el sistema de precios no podrнamos preservar una sociedad basada en una tan amplia divisiуn del trabajo como la nuestra fue recibida con una carcajada cuando fue presentada por primera vez por von Mises en los aсos veinte. Las dificultades que en nuestro tiempo tienen algunos de aceptarla ya no son principalmente polнticas y este hecho contribuye a crear un ambiente mucho mбs propicio para la discusiуn racional. Cuando Leуn Trotsky[i] argumentaba que «la contabilidad econуmica es imposible sin relaciones de mercado»; cuando Oscar Lange[i] le prometiу a von Mises una estatua en los corredores de mбrmol del futuro Comitй Central de Planeamiento; y cuando Abba P. Lerner[i] redescubriу a Adam Smith y puso йnfasis en que la utilidad esencial del sistema de precios radica en que induce al individuo, mientras persigue su propio interйs, a hacer lo que es de interйs general, las diferencias ya no pueden atribuirse a prejuicios polнticos. Lo que resta de desacuerdo parece ser motivado por diferencias meramente intelectuales y, especialmente, por diferencias metodolуgicas.

EL PODER DEL MERCADO

«Nunca nos preguntamos la razуn por la cual la tienda de la esquina o, en la actualidad, el supermercado tiene en sus estanterнas los artнculos que queremos comprar, o por quй la mayorнa de nosotros podemos ganar el dinero necesario para adquirir dichos productos»

Milton y Rose Friedman, «Libertad de Elegir», 1979

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