El egoísta perfecto
Por: Luis Fernando Calatayud
Existe una lista de situaciones, circunstancias y cosas que me intrigan de sobremanera, especialmente cuando son tan obvias que no conozco razón o motivo por el cual las cosas no sean de la forma que yo las imagino; sin embargo, una de las que más me intriga es el uso de la palabra “egoísta” como un calificativo despectivo para una persona, un insulto que debe ser tomado como la mayor ofensa hacia la integridad de un individuo, pues en la sociedad actual en la que vivimos, es inconcebible la idea de alguien pueda sentirse orgulloso de ser egoísta.
Desde pequeños, nuestros padres nos enseñan a buscar la “integridad social plena” esperando que adoptemos ciertas actitudes que nos harán más austeros y empáticos con las personas que nos rodean. Voluntaria, o involuntariamente, en esta búsqueda de la “perfección moral” es donde abandonamos nuestro perfecto egoísmo, donde buscamos poner nuestros intereses en segundo lugar, colocando la felicidad ajena como condicionante de nuestro estado emocional, construyéndonos como seres dependientes emocionalmente de terceros, llegando muchas veces al grado de sacrificar nuestros intereses, metas y anhelos, con tal de enaltecernos moralmente en nuestra eterna búsqueda de la perfección moral a la que tanto nos enseñaron aclamar.
Esta “perfección moral” que nos enseñan a buscar desde pequeños, consiste en usarnos como un medio para la alegría de otros, aun sacrificando la propia, pues “haciendo felices a otros, es donde encontramos la felicidad propia”. La perfección moral a la que tanto aspiramos no es más que un altruismo incoherente que deja nuestros deseos a la merced de la opinión pública. Son estas situaciones y actitudes las que nos llevan a elegir, muchas veces sin desearlo, una opción que no teníamos imaginado tomar, pero que terminamos eligiendo a cambio de aplausos, apoyo o simplemente porque “es lo correcto”.
Lo mencionado anteriormente no es una excusa para atomizar al ser humano, ni una apología a la apatía; sin embargo, aunque esté de acuerdo con la concepción de que el ser humano es alguien que busca ayudar a los demás, es bondadoso por naturaleza y es capaz de sentir empatía sin necesidad de que sea por conveniencia; no tiene por qué ser la aspiración máxima del individuo la búsqueda de la felicidad ajena, nuestra mayor aspiración debe ser el crecimiento personal, el cumplimiento de nuestras metas y lograr nuestros objetivos; nuestra mayor aspiración deber ser buscar a nuestro egoísta perfecto interior.
Muchos filósofos y pensadores liberales hablaban de dos tipos de egoísmo: el egoísmo “racional”, mediante el cual el ser humano tiene sus propios intereses y su principal objetivo en la vida es cumplir estos intereses, pero sabe que no es una isla independiente, que el ser humano si bien es un individuo, también es parte de una sociedad, de un tejido social constituido por personas con sus propias metas, anhelos y deseos; que los intereses de uno no tienen por qué interferir con los intereses de los demás, y que no hay nada de malo con ayudar a otros a cumplir sus metas, anhelos y deseos, siempre y cuando estos no interfieran con los nuestros. Por otro lado está el egoísmo “carente de inteligencia”, el cual reconoce que el ser humano es un ente que piensa sólo en sí mismo, y que es capaz no sólo de anteponer sus intereses sobre los de los demás, sino de sabotearlos con tal de lograr su cometido; además de esto, considera su existencia como un átomo independiente, casi ajeno a una sociedad compuesta por personas cuyas metas no tienen el mismo valor que las suyas, y a la que sólo contribuirá en proporción a su conveniencia. La sociedad tiene una imagen única del egoísmo, desafortunadamente, es del segundo tipo.
Considero que es importante que, como liberales, no permitamos que el egoísmo se desvirtúe de esa manera, una sociedad que enaltezca el sacrificio por otros antes que el sacrificio propio se convierte muchas veces en la primer excusa de los socialistas para forzar la ayuda entre todos con políticas tóxicas como las que suelen proponer. Es momento que las personas no se sientan avergonzadas de trabajar por sí mismas, no tenemos por qué ser un medio en la felicidad de otros, ni dejar de lado nuestras aspiraciones para cumplir expectativas de una sociedad que ama el sacrificio ajeno pero odia el propio. Es momento que las personas puedan levantarse con orgullo y decir “soy egoísta”.
*La opinión del autor es personal y no constituye una posición oficial de la Fundación Nueva Democracia.
Modificado por última vez en Sábado, 20 Octubre 2018 19:25