La corrupción es un falso fatalismo
Por: Ignacio Arandia
El fatalismo se apodera de las personas al momento de hablar de sus gobernantes, no esperan a la persona idónea que puede llegar a dar las mejores condiciones para salir adelante por cuenta propia, si no que buscan elegir un verdugo más a la lista de los que ya pasaron, y de alguna forma recibir cualquier tipo de beneficio a cambio del voto, por más pequeño que sea. Es muy común escuchar que existe una decepción política total de la abundante corrupción de las autoridades, pero sin darse cuenta son los gobernantes que el pueblo merece por venderse por unos cuantos beneficios.
Los seres humanos respondemos a incentivos por naturaleza, y respondemos a incentivos de nuestras autoridades de dos formas: por medio del incentivo de la oportunidad, y por el incentivo de la remuneración. En el incentivo por la oportunidad las autoridades brindan las condiciones para que los ciudadanos puedan, por medio de sus decisiones y en proporción a su esfuerzo, recibir recompensas por su propio trabajo. En el incentivo por la remuneración las autoridades prometen, sin especificar cómo, beneficios a la gente con el objetivo de ganar seguidores ciegos, la diferencia principal entre estos tipos de incentivos radica en que la segunda desemboca de forma directa en mayor corrupción.
El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente; y mientras más incentivos por remuneración prometan las autoridades, mayor será el poder y las atribuciones que se otorgue a sí mismo el Estado en nombre de sus ciudadanos, atribuyéndose más responsabilidades y restándole dignidad a las personas. La corrupción es un juego muy bien planificado por sus ejecutores, crece en respuesta a políticas que prometen hacer la vida más fácil a la gente, quienes muchas veces ignoran que el atribuir responsabilidades al Estado limita sus posibilidades de progresar y aumenta la corrupción. Si el Estado se convierte en fiscalizador al mismo tiempo que es el ejecutor de proyectos, no existirá ente externo que fiscalice lo que desee realizar cualquier autoridad, por lo tanto existe rienda suelta para hacer lo que éste desee sin miedo a ser castigado por sus actos.
La decepción de los políticos está bien fundamentada, pero la decepción sin acción no generará ningún cambio de estructura, es momento de pensar en el incentivo de la oportunidad como la mejor forma de eliminar la corrupción, las autoridades no pueden atribuirse más responsabilidades de las que pueden manejar, pues siempre desembocará en mayor poder, y mayor poder al Estado siempre es igual a mayor corrupción.
*La opinión del autor no constituye una posición oficial de la Fundación Nueva Democracia.