No se vende ni se alquila – Álvaro Puente
No lo conozco. No tengo idea de su pensamiento ni de su vida anterior. Ni siquiera sé bien de qué lo acusan en el juicio con que lo golpean. No soy su abogado defensor. Simplemente quiero aplaudir una actitud extraordinaria de Zvonko Matkovic Ribera. Y quiero gritar mi rebeldía ante lo estúpido y lo deshonesto.
Van a cumplirse ocho años en la cárcel de un ciudadano que nadie ha sido capaz de demostrar que es culpable. No hay principio legal que justifique el absurdo. Han muerto las causas que inventaron para detenerlo hace casi una década, pero está en la cárcel. La disfrazan de justicia, pero es la típica vendetta de la mafia, uno de sus escarmientos. Zvonko Matkovic se negó a colaborar. No quiso pagar el impuesto que cobra el padrino. Por eso lo quisieran tener encerrado 100 años más.
Le pidieron coima para no inculparlo. Algún inocente pagó por miedo. Él no pago. El fiscal que lo incluyó en el juicio manejó con escandalosa corrupción todo el proceso y acabó confesando que fueron aún más sucias las órdenes que recibía de esferas gubernamentales. Lo sabe el país, pero continúa el sainete como si quedara algo de credibilidad. Pudiera haber participado en algún delito, pero nadie lo demuestra. En cambio, en el proceso hay delito evidente de los que lo juzgan.
Más allá de la mediocridad humana y profesional de los juzgadores, mucho más allá de la inocencia que debiera suponerse de Zvonko, quiero resaltar y aplaudir su actitud. Igual que le pidieron dinero, le han ofrecido libertad y mil ventajas si se declara culpable. Lo aceptaron otros. Zvonko no cede. No transige. No acepta vender su orgullo. Se declara inocente y soporta firme las más terribles consecuencias. Paga un alto precio en prisión, pero sigue de pie, seguro de su inocencia. En el país de las coimas, donde compramos lo legal y lo ilegal, dónde lo que nos importa es la apariencia, merece un aplauso y un abrazo la constancia empecinada de Zvonko que no acepta empeñar su dignidad para comprar la libertad.
Estimado Milan, te vi con lágrimas de cariño y de rebeldía abrazar a tu padre. Tienes todo el derecho a llorar y a desahogarte. Estoy seguro de que más fuerte que la rabia es el orgullo por tu padre. Lo que él te da ahora es más importante que todo lo que te pueda dar la vida. Lo más grande es que siempre podrás estar orgulloso del padre que tienes. Es una razón profunda para vivir orgulloso de tí. Es tu tesoro la hombría, el valor, la honestidad que está demostrando tu padre.